AMNESIA
¿Qué más abolimos cuando construimos dos ciudades exactamente iguales? ¿Y si el metro también fuera exactamente igual? Las mismas calles, los mismos nombres. Diferentes personas. O clones. Mejor clones y empezamos a jugar.
Un clon viaja a la ciudad gemela, sin saberlo. Lo drogan, raptan y extrapolan. Quizá esto sea la amnesia. ¿Es?
Todos mis recuerdos no sirven para nada porque nadie más los comparte. No es que no recuerde nada, es que estoy aturdido y confuso. No. ¿Qué está más allá de la confusión? Eso estoy. Parece un complot que me lleva a la locura sin remedio. Todas mis certezas a la basura de mi casa que no es mi casa.
Mientras tu otro tú está haciendo lo mismo en tu casa. La única persona que podría entenderte serías tú. Si pudieras hablar contigo mismo. ¿Si llamaras a tu propio teléfono que pasaría? ¿Se te ha ocurrido ya? Encontrarte a ti mismo. Yendo a otra ciudad para encontrarte a ti mismo, pero no estás. Porque te estás buscando a ti mismo en otro lugar. Kavafis se empalmaría. Borges se correría. Cosa que está más allá de la imaginación de nadie. ¿Lo hizo alguna vez? Dejemos el tema. Retoma y compórtate.
Tú, ¿dónde estás? ¿Es ésta tu ciudad?
Si. No. ¿Se dice ajenidad o ajenitud? Ésta es mi ciudad pero siento que no. Debo irme. ¿A dónde? Google Earth es como la búsqueda de imágenes, si no sé lo que busco no lo puedo encontrar, aunque sepa lo que busco si no se lo puedo comunicar a la máquina. Inventad ya los electrodos o cómo sea que lo vayáis a llamar. ¡Lo necesito! Si sé lo que busco. Necesito el último paso en la evolución máquina. Piensa por mí, o entiéndeme. Necesito ser entendido.
Vas a tu calle y miras la casa, el edificio, entras y subes, los vecinos que te saludan con frases que escuchas todos los días. Oh, si el lenguaje no es una pista estamos perdidos. Sacas tus llaves, eliges la que es y todo parece tan cotidiano que casi te relajas, la metes en la cerradura, ¿hasta dónde llegarán las similitudes? Prepárate para lo peor y dime por qué sabes que no es tu casa un sitio que tiene todo lo que tiene tu casa. ¿Me lo puedes decir? No, ¿verdad? Te acuestas en tu cama y enciendes tu ordenador, ah, no fastidies, el password. Por fin.
¿Se me ha olvidado? No. Era éste. Otra vez. No. ¿Mayúsculas activadas? No. Era éste. ¿Qué le pasa? No fastidies. ¿Dónde tengo el teléfono? ¿Mamá? Me siento raro, no, no he cogido frío. Si, como bien. No. Mamá, por favor. ¿Me notas algo? Vale. ¿Qué haces? Vale. Voy a verte, ¿te parece bien? Perfecto, hasta ahora.
¿Estás seguro? Puede ser un shock. ¿Vas a ir? ¿Seguro? Siéntate anda.
Pero Walter no se sentó. Se puso a buscar cámaras ocultas por todo el apartamento, y cuando no las encontró en los sitios que las ponen en las películas empezó a buscar donde no las ponen. Miró en el horno y en la cisterna del cuarto de baño sin considerar temperaturas ni humedades, miró debajo de la cama sin considerar ángulos, miró dentro y debajo de dos jarrones y cuando se dio cuenta de que ahí no los pondría nadie empezó a dar toquecitos a las paredes intentando descubrir oquedades que en realidad no significaban nada porque existen en todas las casas. Pensó que mejor no ir a casa de su madre, necesitaba tiempo solo, salió de casa, se encontró a un vecino que lo saludó y volvió a tener la sensación de que aquello no era normal y no pudo resistirlo, volvió a entrar en casa esperando que viniera alguien, esperando que viniera él mismo. Pero no pasó nada. Durante cuatro días. No salió de casa. No hizo nada. Paralizado por la sensación y sin comunicarse con nadie. Cuatro días pensando. Al quinto todo le pareció una estupidez. Habló consigo mismo y se llamó las cuatro cosas que le pasaron por la cabeza, empezando por idiota acabando con no diremos qué.
Walter descubrió que se puede vivir sin memoria y sin recuerdos compartidos.
Totalmente. Prueba si quieres. Es extraño al principio pero luego se van construyendo más y se acabó el trauma. La vida cotidiana se establece sobre una base común tan etérea como un “hola”, al ser humano le basta. Insisto, prueba a no usar tus recuerdos “compartidos” un día. Es hasta divertido.
Walter empezó sus rutinas otra vez, fue a ver a su madre, saludó a sus vecinos, fue a trabajar, formateó el ordenador, pasaron cuarenta y ocho días, fue a una cena, fue a una fiesta, se emborrachó, se acostó con una mujer, desayunó té, fue a correr y un día sonó el teléfono y escuchó su voz al otro lado. Por lo visto su clon era más inteligente.
En la sala de cámaras del centro de investigación el psiquiatra le dio la mano al arquitecto, salió y mandó a cuatro oficiales a por Walter y Walter. Mañana será otro día en el centro de investigación que nunca descansa.
Beatriz Cabur
Barcelona, 2010